A causa de un amor muy grande, acabó por establecerse allí, en el extremo de una galaxia, una hermosura verdiazul a la que, con el paso del tiempo, uno de sus moradores con abierta mente, llamó GAIA.
Pero la inmensa mayoría de aquellos moradores, presos de una mente "dormida" y un ego sin límites, crearon un sistema cuyas reglas terminarían por provocar en el planeta, una situación espantosa, que les empujó a la búsqueda desesperada de alimento y cobijo, tanto para el cuerpo como para el espíritu, sin saber que tales bienes los tuvieron durante milenios, delante de sus ojos ¡Y no los vieron!
Aquellos moradores, dormidos, ególatras, violentos, dominaban y sometían sin embargo, por medio de leyes y normas, a otros, cuyo número era infinitamente menor, y que sin embargo habían alcanzado cotas de evolución, realización y ascensión cuya altura se escapaba a la capacidad de comprensión de los dormidos. Los evolucionados acataban las leyes de buen grado aunque intentaban instalar el verdadero conocimiento, en ocasiones puntuales, consiguiendo resultados muy esperanzadores a pesar de las trabas de aquel sistema.
Pero el peso de los dormidos era muy grande, y por tanto el deterioro de Gaia fue en aumento.
Aquellos ególatras, prepotentes y ambiciosos, creían poder gestionar el planeta como si se tratara de una esférica y gigante factoría. Pensaban que las reservas petrolíferas y metálicas instaladas en las entrañas de Gaia tenían como misión abastecer de combustible a sus motores y estructuras a sus máquinas, sin saber que se trataba de protectores naturales del planeta para diferentes radiaciones e influencias dañinas. Estaban convencidos de que las guerras eran justas; de que tenían el derecho de posesión sobre la persona amada; de que era bueno crear medicamentos contra natura; de que entendían la música; la auténtica filosofía; creían entender de construcción sana; de agricultura; estaban convencidos de que podían sacrificar animales a su antojo con el fin de "incorporar" proteína a su organismo; creían saber gobernar; construían glorietas para los genios, firmaban con orgullo sus obras de arte y escritos, entregaban medallas a los héroes deportivos, adoraban a diferentes dioses, e inventaban materias para poder ser estudiadas en centros de enseñanza, con textos llenos de información apenas importante.
Y nunca supieron aquellos moradores, que en realidad eran polvo de estrellas en forma humana y capaces de gozar de la manifestación inmanente de una Voluntad Suprema - de la que formaban parte -, en forma de universo en expansión continua.
Fernando Esparza